
#yoyabuela12 – Los tomates de mi Abuela
Un verano, en el jardín de la abuela apareció una tomatera que yo no había visto nunca.
Era muy alta; un verdadero árbol.
Nada que ver con los otros tomates de mi Abuela que eran, sí, muy altos, pero esta planta los superaba a todos.
Medía más de dos metros y se llamaba Tamarillo.
Mi Abuela la había colocado en el lugar más caliente del jardín y utilizaba una escalera para recoger los frutos.
Era una planta que daba fruto cada dos años y vivía mucho tiempo en nuestro jardín. Producía delicadas flores blancas. Cada dos días, Nonna sacudía suavemente la planta y rociaba las flores para ayudar a la formación del fruto, así decía mi Abuela.
Los frutos eran ovalados, rosáceos y muy sabrosos.
Mi Abuela decía que había que comerlos sin piel y sin pepitas porque si no te daban dolor de estómago.
Siempre me lo decía porque sabía que yo era una gran devoradora de tomates.
A menudo ocurría que me quedaba dormida bajo aquel enorme árbol adicta a su aroma.
Y estoy convencida de que no le molestaba en absoluto mi intrusión porque cada vez que me tumbaba bajo él, extendía sus enormes hojas, como una manta.
De pequeños nos decían que los bebés nacían bajo las berzas, pero en mi opinión, era mejor que nacieran bajo las hojas del Tamarillo.
La abuela los utilizaba en ensaladas, pero también al horno; los cortaba por la mitad y les quitaba la piel y las semillas. Luego los espolvoreaba con azúcar y los rociaba con vino tinto. Los cocía en el horno durante unos veinte minutos y luego los servía con yogur griego.
Comerlos era una experiencia divina; pruébalo para creerlo.
Como todas las plantas que se precien, el tomate también tiene sus enemigos y sus enfermedades.
Mi Abuela ya era muy cuidadosa cuando empezaba a trabajar el huerto a principios de primavera, antes de sembrar.
Mi Abuela siempre decía que la higiene era lo más importante de todo, así que las herramientas, las botas y los guantes siempre tenían que estar limpios y esterilizados; las macetas potencialmente infestadas se limpiaban con una solución al 10% de agua y lejía y se eliminaban todas las plantas infectadas.
Antes de sembrar, mi Abuela cavaba profundamente el huerto para eliminar ciertos gusanos que permanecen bajo la tierra y se enroscan alrededor de las raíces, asfixiándolas.
Uno de estos gusanos es la polilla, una oruga de unos centímetros de largo que se enrosca en forma de C alrededor de las raíces, eviscerándolas. Contra este gusano, mi Abuela usaba harina de sangre. Este nombre me impresionó bastante: harina de sangre.
Mi Abuela me explicó que esta harina procedía de la sangre seca de vacas sacrificadas y era muy rica en nitrógeno, hierro y carbono, por lo que también era muy útil como fertilizante de liberación lenta. Olía muy mal. Le pregunté a mi Abuela si podíamos dejar de utilizar esta harina porque me daban mucha pena las vacas y además el nombre me daba mucho miedo.
Mi Abuela sonrió y, desde aquel día, ya no olía aquel hedor en el huerto; por otra parte, el trabajo se hizo más cansado porque había que sacar manualmente aquellos gusanos de los terrones, pero no me importaba; me alegraba por las vacas.
Otro gusano peligroso era el nematodo que causaba extrañas hinchazones en las raíces y amarilleaba las hojas. Era un gusano microscópico que mi Abuela eliminaba a mano y luego, para mantenerlo alejado de los tomates, ponía caléndulas en el jardín y, una vez secas, las metía bajo tierra. Nonna decía que las caléndulas secas producían sustancias químicas que no gustaban nada a los nematodos.
Después de las lluvias, el huerto se llenó de caracoles. Eliminarlos era mi juego favorito. Para mí era un juego, pero para el huerto era necesario porque los caracoles devoran las hojas y los frutos que están cerca del suelo.
Para mantenerlos alejados, mi Abuela utilizaba macetas no muy profundas llenas de cerveza. O preparaba un brebaje de harina, levadura de cerveza y agua (una cucharada de harina, 18 cucharaditas de levadura y un vaso de agua).
A veces aparecían agujeros en la fruta causados por un gusano rayado, amarillo o gris, que se introducía en la fruta. Se llama gusano del tomate. Para eliminarlo, mi Abuela utilizaba un macerado de ajo.
Otras veces, las plantas se cubrían de una especie de moho blanco. En realidad, no era moho, sino telarañas muy finas causadas por el gusano araña del tomate. Sus lugares favoritos eran la parte superior de las hojas y los botones florales. En estos casos, Nonna lavaba las plantas con jabón suave, las aclaraba bien y retiraba todas las partes muy infestadas.
Otro devorador de tomates es el Saltamontes. Para mantenerlos alejados, la Nonna utilizaba el chorro de agua o rociaba las plantas con azufre en polvo. El chorro de agua puede dañar la planta, así que mi Abuela lo utilizaba poco y sólo cuando las plantas estaban llenas de saltamontes.
En el jardín también había coleópteros, pequeños insectos de color marrón oscuro que se comen las hojas hasta que las plantas jóvenes mueren. Mi Abuela decía que la albahaca molestaba a los coleópteros y por eso, junto con las caléndulas, la plantaba por todas partes. El jabón de Marsella diluido también puede ser un excelente aliado.
Afortunadamente, todos estos insectos y plagas que pueblan un huerto difícilmente pueden llegar a las terrazas o balcones, pero hay algunos que sí pueden hacerlo y se trata de las plagas más comunes de las tomateras, es decir, los Pulgones.
Estas plagas, muy comunes en las terrazas, se instalan en el envés de los tallos y bajo las hojas, chupan la savia de las plantas y producen una sustancia dulce y pegajosa llamada melaza que atrae a otras plagas. La abuela utilizaba jabón de Marsella o macerado de ajo.
Tanto esfuerzo, tanto cuidado, tanta paciencia y una batalla constante para mantener vivo el jardín, año tras año.
Como si fuera un niño que hay que criar y enviar al mundo.
Cuando pienso en el huerto de mi Abuela, el amor y la nostalgia se apoderan de mi corazón.
Recuerdas aquel rincón apartado del huerto lleno de hedores y brebajes extraños? Era el taller de mi Abuela. Entre los cubos de abono y diversos macerados de todo tipo, había cubos apestosos donde Nonna preparaba otra poción llamada Macerado de Tomate; muy potente contra los pulgones y otras plagas del huerto.
Como ya os he dicho, mi Abuela no tiraba nada; todo podía aprovecharse en el huerto.
Para preparar este macerado, mi Abuela recogía todas las partes del tomate que no se utilizan, como las hojas, los tallos y las hojas axilares (los femminielli). Utilizaría cubos abiertos sin tapa y pondría en remojo 2,5 kilos de las partes no utilizadas del tomate (hojas, tallos, pedúnculos) en un litro de agua.
Lo dejaba macerar dos o tres días al aire libre y luego lo diluía con diez litros de agua y lo filtraba. Este macerado apestaba terriblemente, pero era muy eficaz y sobre todo orgánico; no dañaba a los insectos buenos como las mariquitas, que son nuestras aliadas en la batalla contra las plagas. Mi Abuela lo aplicaba directamente sobre la planta, al atardecer, cada tres o cuatro días.
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