
#yoyabuela10 – Tomates de balcón
Cuando era pequeña, pasaba mucho tiempo escondida entre las tomateras.
Así los llamaba yo. Árboles, porque eran muy altos y se sostenían sobre unos palos muy largos que mi Abuela había plantado en el suelo y atado a sus tallos.
No podía tocarlos ni poniéndome de puntillas y conteniendo la respiración. Me sentaba en el suelo y mordía el primer tomate que se cruzaba en mi camino. A menudo me tumbaba boca abajo y miraba aquellos frutos rojos y verdes que colgaban de los tallos por encima de mi cara y me maravillaba de cómo las plantas conseguían no romperse bajo el peso de aquellas bolas.
Era una lástima que los tomates no crecieran ni siquiera en invierno. También habrían sido hermosos árboles de Navidad, ya decorados.
La Abuela empezaba a sembrar en marzo. En junio, julio y agosto, las huertas de tomates triunfaban por todo el jardín. Los había de todas las formas y tamaños: largos, redondos, en forma de corazón, pequeños, medianos, grandes.
Mis favoritos eran los corazones de buey; muy dulces y jugosos; algunos eran tan grandes que no podía acabármelos y lo que quedaba del tomate mordido lo enterraba, le daba las gracias y le pedía que hiciera brotar una nueva planta. Las tardes pasaban lentas y llenas del aroma que desprendían sus tallos y hojas.
No sabría darle un nombre a aquel perfume, salvo Perfume de Tomate. Era muy bueno e imposible de comparar con cualquier otro perfume que conociera. Por eso lo reconocía en todas partes.
Aparte de comerlos a escondidas, recogerlos era mi momento preferido: arrancarlos de las plantas y llenar las cestas me producía una inmensa alegría.
En mi terraza milanesa, esta primavera tuve un gran éxito con las patatas y los ajos que sembré el otoño pasado. De tres patatas y cuatro bulbos de ajo, conseguí unas cuarenta patatas pequeñas y una docena de bulbos de ajo nuevos que me asombraron por su fuerte sabor. Y todo ello en dos macetas.
En ese momento, llevada por el entusiasmo, me armé de valor y fui a ver a mi amigo el plantador: ese señor tan gruñón que me había vendido un clavel muy perfumado hacía unos años.
Con alegría descubrí que tenía plantones de tomate. Era tomate cherry. Lo llamaba corazoncito porque los frutos se parecían mucho, como descubrí más tarde, a corazoncitos.
Compré dos plantas y las puse inmediatamente en una maceta grande con una separación de unos diez centímetros. En un par de semanas brotaron un montón de florecillas amarillas y, al cabo de un mes, las primeras cinco bolitas verdes. El perfume del tomate llegaba hasta la terraza, cómo lo había echado de menos. Por desgracia, los cinco primeros tomates no vivieron mucho.
Como ya os he contado, mi terracita también está habitada por otras criaturas aparte de mí, entre ellas, ese bendito mirlo del que ya os he hablado extensamente.
Descubrí que, además de hurgar en la tierra de las macetas, al mirlo le gustan las cosas redondas y coloridas; en este caso, los tomates. Me había dado cuenta de que se paraba demasiado en mi terraza, incluso en mi presencia, y durante un tiempo pensé que se trataba simplemente de familiaridad entre nosotros.
En cambio, el mirlo señalaba los tomates cherry.
En cuanto los tomates cherry empezaron a ponerse rojos -aprovechando mi distracción e ignorancia de la dieta del mirlo- se los comió todos. No hace falta contar mi desánimo y odio momentáneo hacia ese pájaro, pero a pesar de ello no perdí la fe y trasladé la maceta al interior de mi invernadero. Tras este pequeño incidente inicial, mis plantones de cerezo enano en forma de corazón me dieron muchas satisfacciones.
He cosechado unos cuarenta tomates cherry e incluso ahora que estamos a finales de septiembre, los plantones siguen floreciendo. Espero poder recoger otra cosecha a finales de octubre. No es descartable que los plantones sigan produciendo incluso durante el invierno, ya que la maceta está bien resguardada dentro del invernadero; quién sabe, ya veremos.
Recuerdo que mi Abuela mantenía los tomates en las partes más soleadas del jardín, porque son plantas que necesitan mucha luz y sol. Recuerdo que la abuela regaba a menudo porque necesitan mucha agua, pero tenía mucho cuidado de no mojar la planta ni el fruto al regar, y esperaba a que la tierra se secara entre riego y riego, porque a los tomates no les gusta el agua estancada.
Yo también coloqué mi maceta de tomates cherry en el lugar más cálido y luminoso de la terraza.
Recuerdo que Nonna sembró a partir de marzo/abril, mientras que yo compré mis plantones ya un poco crecidos a finales de abril. Como el sistema radicular se desarrolla muy rápidamente, utilicé una maceta de 40/50cm de diámetro y profundidad y aboné mucho la tierra porque las plantas necesitan mucho abono, sobre todo cuando empiezan a madurar los primeros frutos.
Mi Abuela también lo hacía.
Necesitan un abono con alto contenido en carbonato potásico, como el abono orgánico líquido de algas o un abono orgánico para tomates.
Se pueden elegir tres tipos de tomates para cultivar en terrazas y balcones: cada uno tiene muchas variedades y se adapta a métodos de cultivo ligeramente diferentes. La elección dependerá del recipiente que queramos utilizar para nuestras plantas.
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