Agricultura doméstica: por un consumo ético

En los últimos cincuenta años, el consumo mundial de materiales vírgenes casi se ha cuadruplicado, superando el crecimiento demográfico. En 1972 se consumieron 28.600 millones de toneladas de recursos naturales, cifra que ha pasado a 54.900 en 2000 y a más de 100.000 en 2019.

La aceleración del consumo de recursos primarios se combina con el crecimiento de los residuos, ya que el 90% de estos recursos no vuelven a entrar en el ciclo de producción: el índice de circularidad se sitúa hoy en el 8,6 %, incluso por debajo del de 2018 (9,1 %).

 

Desde 2015, año del Acuerdo de París, hasta la fecha, la economía mundial ha extraído 500.000 millones de toneladas de material virgen. En la economía lineal, tenemos demasiados recursos entrando y demasiadas emisiones saliendo.

Adoptar soluciones circulares en el uso de materiales es clave para alcanzar los objetivos climáticos y frenar el aumento de la temperatura global del planeta. El 70% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero están relacionadas con la extracción, transformación, consumo y eliminación de materiales. Reducir la explotación de materias primas vírgenes adoptando soluciones de economía circular reduciría las emisiones en un 39% y el consumo de materiales en un 28%.

 

Los datos anteriores son la premisa para intentar hacer más sostenible la vida en nuestras ciudades, teniendo en cuenta que no es fácil reconstruir espacios verdes en contextos metropolitanos muy urbanizados.

 

El acceso a los espacios verdes públicos difiere en toda Europa y favorece a las ciudades del norte y oeste de Europa que disfrutan de mayores superficies que las ciudades del sur y este de Europa con una mayor concentración de población en los centros urbanos.

 

El potencial de los espacios verdes para aumentar nuestra salud y bienestar está cada vez más reconocido, tanto en la ciencia como en la política. Las zonas verdes accesibles son especialmente importantes para los niños, los ancianos y las personas con rentas bajas, muchas de las cuales tienen pocas oportunidades de contacto con la naturaleza.

La gente utiliza sus espacios verdes locales para hacer ejercicio y relacionarse socialmente, para relajarse y recuperarse mentalmente. Los beneficios van desde la reducción del riesgo de obesidad en los niños hasta una mejor salud cardiovascular y menores tasas de depresión en los adultos.

Los parques, árboles y otras zonas verdes mejoran la calidad del aire, reducen el ruido, moderan las temperaturas cuando hace calor y aumentan la biodiversidad en los paisajes urbanos.

 

La infraestructura verde también incluye jardines y huertos privados que tienen un impacto cada vez mayor en la biodiversidad.

Ya hemos hablado de cómo las abejas están repoblando las ciudades y del uso limitado o casi inexistente de pesticidas en la creación de un jardín metropolitano, que asume una función cada vez más social, además de ética y psicológica, para contrarrestar la excesiva y progresiva individualización de la vida en nuestras ciudades.

 

En toda Europa, los espacios verdes están menos disponibles en los barrios urbanos de renta baja que en los de renta alta, con diferencias a menudo determinadas por el mercado inmobiliario, donde las propiedades en zonas más verdes son más caras.

Aunque la Organización Mundial de la Salud recomienda que todas las personas vivan a menos de 300 metros de una zona verde, menos de la mitad de la población urbana europea lo consigue, sobre todo en el sur de Europa, donde la concentración de población impide la creación de nuevas zonas verdes.

 

UN NUEVO PROYECTO

El estudio y análisis de la situación europea muestran cómo las actuaciones encaminadas a reducir las desigualdades en el acceso a los espacios verdes pueden maximizar los beneficios para la salud de los ciudadanos y el bienestar de la naturaleza en las metrópolis. Implicar a las comunidades locales en la gestión de los espacios verdes ayuda a tener en cuenta sus necesidades específicas y se ha comprobado que fomenta el sentimiento de propiedad, además de promover el uso de comportamientos virtuosos o ecológicos/éticos en contextos urbanos normalmente más degradados.

 

NUESTRO PROYECTO

Las realidades metropolitanas no siempre replican o siguen servilmente los estudios realizados. Además, las modificaciones de los edificios son muy lentas y a menudo no siempre en beneficio de la comunidad, favoreciendo la eliminación de otros espacios verdes en favor de una mayor cementificación.

 

De esta realidad objetiva surge la necesidad de aprovechar al máximo los espacios existentes en los condominios para crear un huerto funcional, agradable y, sobre todo, productivo, partiendo del contexto doméstico, que es el más fácil de realizar a nivel individual.

 

El huerto está pasando de pasatiempo a necesidad de vida con una organización más funcional ayudada por un hardware innovador (una maceta mecanizada y autónoma) y la aplicación de tecnología al mismo, mediante el control remoto de sus principales aplicaciones (humedad y acidez del suelo, nivel de temperatura, frecuencia y necesidad de riego).

 

The House Farmer es el eslabón que está transformando el huerto metropolitano de un simple "hágalo usted mismo" creativo a un sistema integrado hombre-máquina-software, capaz de maximizar los resultados en un entorno también estéticamente agradable que decora terrazas y balcones de nuestras ciudades.

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